COMENTARIO RESUELTO "EL HOGAR"

[Extraído de http://profedelengua.blogia.com/temas/comentario-literario.php]


EL HOGAR (ISTVÁN ÖRKÉNY)

La niña sólo tenía cuatro años, sus recuerdos, probablemente, ya se habían desvanecido y su madre, para concienciarla del cambio que les esperaba, la llevó a la cerca de alambre de espino; desde allí, de lejos, le enseñó el tren.

- ¿No estás contenta? Ese tren nos llevará a casa.
- Y entonces... ¿Qué pasará?
- Entonces, ya estaremos en casa.
- ¿Qué significa estar en casa? –preguntó la niña.
- El lugar donde vivíamos antes.
- ¿Y qué hay allí?
- ¿Te acuerdas todavía de tu osito? Quizás encontremos también tus muñecas.
- Mamá, ¿en casa también hay centinelas?
- No, allí no hay.
- Entonces, de allí... ¿Se podrá escapar?


COMENTARIO

Vamos a comentar a continuación un cuento muy corto perteneciente al libro Cuentos de un minuto de István Örkény (Budapest, 1912-1979), escritor húngaro de origen judío. Se trata, sin duda, de un cuento atípico, no solamente por su brevedad, sino porque nos ofrece, sin muchos detalles, explicación ni presentación, un instante fugaz, un minuto, de la historia de una madre y una hija. Destaca, además, el inicio del cuento con el artículo determinado “La niña...” que nos presenta, por lo tanto, a la pequeña como si ya hubiésemos hablado de ella antes, como si la conociésemos. La brevedad, el comienzo in media res y el final abierto son peculiaridades de los microrrelatos, género al que pertenece el texto que vamos a comentar.

El título del microrrelato, "El hogar", se ajusta perfectamente al tema fundamental del texto: el concepto de hogar o, más bien, la ausencia de concepto de hogar. El inocente diálogo madre-hija es en realidad una profunda reflexión sobre ello. El autor guía al lector desde el principio hacia la interpretación del cuento. Nos encontramos con un narrador en 3ª persona que aparece en el primer párrafo para desaparecer en las líneas siguientes. Podemos dividir, por lo tanto, el texto en dos fragmentos: en primer lugar, la breve descripción con la que introduce el narrador a los personajes (evitando emitir cualquier juicio de valor) y, a continuación, el diálogo entre madre e hija. Los personajes, por lo tanto, se muestran de una manera autónoma, con toda su individualidad y su humanidad, y el lector se acerca a ellos casi sin intermediarios, de manera natural, para extraer, al fin, sus propias conclusiones a raíz de la conversación entre madre e hija.

La historia, aparentemente, es sencilla: En el primer párrafo, que presenta sucintamente a los personajes, vemos cómo la madre lleva a la niña a la cerca de alambre para enseñarle el tren. En esta parte el narrador nos habla de recuerdos “probablemente” desvanecidos, de próximos cambios, de un tren que cambiará sus vidas. Acto seguido, se inicia el diálogo, que se articula a partir de las preguntas de la niña, una vez que la madre le dice que el tren las llevará a casa. La pequeña hace cinco preguntas: ¿qué pasará?, ¿qué significa estar en casa?, ¿qué hay allí?, ¿en casa hay centinelas?, ¿se podrá escapar? Todas estos interrogantes reflejan la curiosidad de la chiquilla, pero, sobre todo, sus dudas: parece que no está del todo convencida del cambio y mucho menos contenta, como desea la madre. Todas las preguntas giran alrededor de un mismo asunto: la casa. Es evidente que la madre considera esa antigua casa su hogar, pero la niña no parece comprenderlo. No tiene conciencia del significado de “hogar”, de lo que implica “estar en casa”. El único “hogar” que ha conocido es el actual, donde tan solo es una prisionera. Por su parte, la madre no tiene la seguridad de que ese lugar al que desea volver exista todavía. Ese “quizás” con que se refiere a la posibilidad de hallar de nuevo el osito y las muñecas nos hace pensar que fueron obligadas a partir y que tal vez esa casa, con las cosas que guardaba en su interior, haya sido destruida. Hay que destacar, además, que el osito y las muñecas son símbolos de juego, de inocencia, de amor y que están claramente opuestos a palabras como espino o centinelas, que simbolizan todo lo contrario: violencia, terror, injusticia, ... La pregunta más inquietante y trágica de la niña es la última: ¿Se podrá escapar? Ella concibe el hogar como un lugar del que hay que huir. Su antigua casa se ha diluido en la nebulosa de sus recuerdos y ya no concibe la vida fuera del campo de concentración. No acaba de entender el concepto que trata de explicarle la madre, para ella no existe otra realidad que la que encierra el alambre de espino. La respuesta al interrogante de la pequeña debe buscarla el lector fuera del relato. Nos falta, pues, el tradicional desenlace, ya que el final de la historia queda en suspenso. ¿Cómo acaba todo? La ignorancia del final intranquiliza al lector y le lleva a ponerse en lo peor: quizás esta historia no tenga un final feliz, puede que no lleguen a subir nunca a ese tren o que, tal vez, las lleve a un lugar que no sea su antigua casa.

En cuanto a los personajes, la protagonista indiscutible del relato es la niña. La madre aparece como una figura protectora, cumpliendo un rol habitual, casi “estándar”. Su intención es dar esperanzas a la niña y, de hecho, llama la atención la tranquilidad y serenidad con las que contesta a las preguntas de la hija, tratando de infundirle seguridad con cada respuesta. En ningún momento hay lloros, quejas, desesperación, ... sino una situación de normalidad que contrasta con la atípica situación que viven ambos personajes. Por otra parte, destacan la inocencia y la curiosidad de la niña, características de una chiquilla de cuatro años. El contraste entre el candor infantil, y el ambiente de violencia y represión representado por los otros personajes, los centinelas, resulta desolador. Los centinelas (atención a este plural) son seres despersonalizados, no tienen nombres, son todos iguales y tienen una única función: vigilar e impedir la libertad de movimientos. De su mención, de su velada presencia, el lector deduce que los personajes están en un campo de concentración, en lugar de una simple prisión o de un centro de detención. La libertad de movimientos de madre e hija está limitada por el alambre y los centinelas que conforman su particular paisaje diario. El mismo alambre nos habla de un espacio cerrado, opresivo, claramente delimitado, del que es imposible salir. El otro espacio (el lugar donde vivían antes) se desdibuja, no sabemos dónde está o cómo es la casa, parece como si el tiempo y la distancia hubiese evaporado sus formas, la propia niña ha olvidado su osito y sus muñecas (símbolos de una infancia y de una libertad lejanas a su vez). Como transición entre los dos espacios, uno claramente negativo (el del presente) y otro positivo (el del pasado), aparece el tren que representa la movilidad, el cambio, y, en consecuencia, la posible libertad. Sin embargo, nótese cómo el tren está lejos, lo que reduce las posibilidades de alcanzarlo. Además, el lector puede inferir, por sus conocimientos previos, que esos trenes concretos parecen tener un solo movimiento: desde la libertad hacia la prisión y no desde la prisión a la libertad; un viaje de ida, pero no de vuelta. Los elementos trágicos se multiplican, ya que el lector parece saber más que los personajes acerca de su situación y de sus expectativas de libertad. Respecto al espacio, no hay ningún detalle más; no sabemos en qué lugar puede transcurrir la acción, pero poco importa si se trata de un campo nazi de los años 40, un gulag soviético de los 50, un Guantánamo actual... [Nosotros sabemos que el autor fue prisionero de guerra durante la II Guerra Mundial, por lo que podríamos acotar este asunto; pero el texto no da ningún dato]. En cuanto al tiempo, tampoco hay datos concretos que sitúen la historia en una época concreta. El alambre de espino o el tren se asocian a una época reciente, el siglo XX, pero nada más. En realidad, el tiempo histórico no es relevante en este relato, la falta de concreción espacio-temporal no es un problema para el lector; al contrario, le dice que esta historia puede haber sucedido o suceder ahora, en cualquier lugar del mundo.

El tiempo de la narración no va más allá del minuto. Se trata de una poco común coincidencia entre el tiempo del discurso (lo que se tarda en leer el texto) y el tiempo de la historia (lo que dura la acción que se narra). El relato transcurre linealmente. El ritmo aumenta en cuanto comienza el diálogo. Nótese que las cuatro primeras líneas constituyen un par de oraciones separadas por un punto y coma. No son períodos sintácticos excesivamente largos, pero lo son si se los compara con los períodos sintácticos del fragmento dialogado, todos muy breves.

Nos hallamos ante un texto muy sencillo que utiliza palabras comunes, sin dificultad alguna, como corresponde a un diálogo entre una madre y una niña de cuatro años. La naturalidad del lenguaje se identifica con la naturalidad con la que parecen afrontar los personajes su situación. No hay metáforas, ni siquiera una ironía, pero la parquedad de las palabras de madre e hija envuelve la historia de un halo trágico, lo hace más verídico y conmovedor.

En conclusión, se trata de un relato que en su sencillez y brevedad pone de manifiesto no solamente de la falta de libertad de los personajes, sino la conmovedora identificación del hogar por parte del ser más inocente, la niña, con un lugar de violencia y no de paz, de opresión y no de libertad, de odio y no de amor. El autor consigue con un estilo muy natural, sin artificios ni adornos, sin caer en sentimentalismos ni en lo lacrimógeno, que el lector se emocione. La aparente normalidad con la que madre e hija viven su situación es tan chocante respecto a la dura realidad en la que están atrapadas, que obliga al lector a una profunda reflexión: solo hay una cosa peor que la tragedia, la aceptación de esta como algo natural.