"Ricitos de Oro" es un cuento folkórico, anónimo, de transmisión oral. Como sucede en todos los cuentos populares se sitúa en una época ya lejana y en un lugar impreciso, muy anteriores a nuestra época y contexto actual. En los últimos años, los cuentos tradicionales clásicos ha sido muy criticados por fomentar prejuicios y mostrar actitudes machistas, clasistas, homófobas, etc. que la moral moderna rechaza y considera perniciosas. ¿Quiere eso decir que no debemos leer ya esos cuentos populares que se transmitieron de generación en generación hasta llegar a nuestros días? Ni mucho menos. Todos esos cuentos son el reflejo de unas épocas y de unas sociedades que debemos conocer porque venimos de ellas y solo conociéndolas, valorando sus logros y detectando sus errores, podemos avanzar como seres humanos y comprender (y mejorar) el mundo en el que nos desempeñamos actualmente.

A continuación, tienes una versión moderna muy crítica con algunos de los valores que transmitían los cuentos folklóricos, y también con los de la sociedad en la que vivimos en la actualidad. 


ANTES DE LEER EL CUENTO

1. Lee la versión clásica de Ricitos de Oro (IR al cuento clásico). Cuando termines la lectura de Garner, compara ambos cuentos.


MIENTRAS LEES EL CUENTO

2. Busca y apunta, a medida que vayas leyendo, el significado de las palabras y expresiones señaladas en negrita.


TRAS LEER EL CUENTO

3. Mediante las frases y expresiones que citamos a continuación, Garner contrasta la idea de familia y de las relaciones tradicionales con la diversidad familiar y social con la que nos encontramos en el mundo actual. Explica con tus palabras qué nos está queriendo decir el autor. 

  • Vivían todos una existencia antropomórfica diseñada como familia nuclear.
  • Tradicionalmente, la familia establecida en torno a un núcleo no ha servido para otra cosa que para esclavizar a las mujeres, inculcar una moral farisaica en sus miembros e infundir en las generaciones subsiguientes rígidas nociones en lo que se refiere a los respectivos papeles heterosexuales de sus miembros.
  • Habían optado por dirigirse a su retoño como «criatura», en tanto que denominación desprovista de género específico.

4. Compara la Ricitos de Oro del cuento tradicional con la que nos presenta Garner. ¿Qué critica a través de ella?

5. ¿Qué ironía esconde la frase final de Papá Oso?: "La flexibilidad no es sino una más de las muchas ventajas que encierra todo sistema de vida pluricultural."

6. En ocasiones, se ha hablado de prohibir o retirar los cuentos populares por considerar que muchos de sus valores morales contradicen y atentan contra la igualdad, el respeto ala diversidad y la libertad? ¿Qué piensas tú de ello?



RICITOS DE ORO

James Finn Garner (de Cuentos infantiles políticamente correctos)


En las profundidades de la espesura, más allá del río, en el mismo corazón del bosque, habitaba una familia de osos compuesta por Papá Oso, Mamá Osa y el Pequeño Osito. Vivían todos una existencia antropomórfica diseñada como familia nuclear y enmarcada en el espacio de una diminuta cabaña. Ni que decir tiene que todos lamentaban profundamente esta circunstancia, ya que, tradicionalmente, la familia establecida en torno a un núcleo no ha servido para otra cosa que para esclavizar a las mujeres, inculcar una moral farisaica en sus miembros e infundir en las generaciones subsiguientes rígidas nociones en lo que se refiere a los respectivos papeles heterosexuales de sus miembros. Así y todo, intentaban vivir felices y procuraban adoptar las medidas necesarias para evitar tales peligros (entre otras, habían optado por dirigirse a su retoño como «criatura», en tanto que denominación desprovista de género específico).

Una mañana, se sentaron todos a desayunar en su pequeña cabaña antropomórfica. Papá Oso había preparado grandes cuencos de gachas naturales y desprovistas de ingredientes artificiales. Las gachas, sin embargo, acababan de ser retiradas del fogón y aún se encontraban demasiado sobrecargadas desde el punto de vista térmico como para poder consumirse. Así pues, decidieron aguardar a que sus cuencos se enfriaran y salieron a dar un paseo y a visitar a sus vecinos del reino animal.

Apenas hubieron partido, surgió de entre los arbustos una joven mujer cutáneamente empobrecida en melanina que se deslizó hasta el interior de la cabaña. Se llamaba Ricitos de Oro y llevaba varios días observando a los osos. Se trataba, dicho sea de paso, de una bióloga especializada en el estudio de osos antropomórficos. En otro tiempo, había ejercido como profesora, pero su agresiva y masculina actitud frente a la ciencia (era aficionada a desgarrar los tenues velos de la Naturaleza, exponiendo sus secretos, invadiendo su esencia y empleándola en beneficio de sus propios y egocéntricos propósitos para luego alardear de tales violaciones a través de colaboraciones en diversas revistas) la había llevado a su cese.

La vil bióloga en cuestión llevaba ya algún tiempo observando la cabaña. Su intención era implantar radiotransmisores en los osos y controlar posteriormente sus desplazamientos migratorios y vitales con total desprecio de su intimidad personal (o, mejor dicho, animal). Guiada únicamente por sus propósitos de espionaje científico, Ricitos de Oro allanó la cabaña de los osos. Tras penetrar en la cocina, aderezó sus cuencos de gachas con un sedante. A continuación, irrumpió en el dormitorio y dispuso trampas en las camas. Su plan consistía en drogar a los osos y aprovechar el momento en que se dispusieran a tenderse en sus respectivos lechos para atenazar lazos radiotransmisores en torno a sus cuellos tan pronto como depositaran la cabeza sobre la almohada.
Ricitos de Oro se rió entre dientes y pensó: «¡Estos osos han de ser mi pasaporte hacia la fama! Ya les enseñaré yo a esos mentecatos de la universidad los arrestos que hacen falta para realizar una investigación como Dios manda!» A continuación, se agazapó en una esquina del dormitorio y esperó. Y siguió esperando, y esperó aún un rato más; pero los osos tardaban tanto en regresar de su paseo que se quedó dormida.

Cuando los osos regresaron por fin, se sentaron, dispuestos a consumir su desayuno; pero, inmediatamente, se detuvieron.

—¿No te da la sensación de que estas gachas están algo pasadas, Mamá? —preguntó Papá Oso.

—Sí—repuso Mamá Osa—, así es. ¿Y las tuyas, Criatura? ¿Te huelen como si estuvieran pasadas? —Sí, es cierto —dijo el Pequeño Osito— Huelen a producto químico.

Recelosos, se levantaron de la mesa y acudieron a la sala de estar. Papá Osó olfateó el aire y preguntó:

—¿Hueles algo, Mamá?

—Sí—afirmó Mamá Osa—. Sí huelo. ¿Hueles tú algo, Criatura?

—Sí—dijo el Pequeño Osito—. Sí huelo. Huelo un aroma acre, sudoroso y en absoluto limpio.

Cada vez más alarmados, se dirigieron al dormitorio, y Papá Oso preguntó:

—¿No es un lazo y un collar radiotransmisor lo que distingo bajo mi almohada, Mamá?

—En efecto —repuso Mamá Osa—. ¿Hay un lazo y un collar radiotransmisor bajo la mía, Criatura?

—¡Sí que los hay! —exclamó el Pequeño Osito—. ¡Y, además, puedo ver al ser humano que los ha puesto ahí!

Diciendo esto, el Pequeño Osito señaló el rincón en el que dormía Ricitos de Oro. Los tres comenzaron a gruñir y Ricitos de Oro se despertó sobresaltada. Poniéndose en pie de un brinco, trató de escapar, pero Papá Oso obstaculizó su huida de un zarpazo y Mamá Osa hizo lo propio. Reducida así Ricitos de Oro a una situación de incapacidad motora, Papá y Mamá Osos se abalanzaron sobre ella con uñas y dientes. Inmediatamente, la engulleron y, al cabo de unos instantes, no quedaban de la rebelde bióloga otros vestigios que un mechón de cabellos rubios y su cuaderno de apuntes.

El Pequeño Osito contempló la escena estupefacto y, cuando todo hubo concluido, preguntó:

—Mamá, Papá, ¿qué habéis hecho? Pensaba que éramos todos vegetarianos.

—Y lo somos —eructó Papá Oso—, pero siempre estamos dispuestos a probar cosas nuevas. La flexibilidad no es sino una más de las muchas ventajas que encierra todo sistema de vida pluricultural.