LAS MUJERES Y EL BAÑO

(Fuente: El club de la comedia)


¡Uf! Vengo agotada, es que ayer salí de juerga. Algo que, por muy divertido que parezca, se convierte en toda una odisea. Para empezar, llegas a la discoteca de siempre, con tus amigos de siempre, para encontrarte con lo de siempre. Hasta la música es la de siempre. Entre la gente que ves hay de todo un poco: tenemos al típico que se dedica a buscar las monedas que se te caen por la noche, al que se ha tragado el biopic de Freddie Mercury  e intenta por todos los medios imitarlo, y, peor aún, al espécimen que se sienta en los sofás (más aburrido que la repetición de Médico de Familia) y que, cuando le miran, pone una cara de diversión total.

Entonces, visto lo visto, te vas a la barra a ver si el camarero tiene algo interesante que decir y ligas un poco. Porque... Es patético cómo ligan los hombres en los bares… De entrada se acercan a ti diciéndote:

-Oye, perdona...

¿Perdona por qué? ¿Qué se les pasa por la cabeza que ya te están pidiendo perdón?... Y, bueno, tenemos de todo ¿eh? El divorciado que se te acerca:

-Estoy muy solo, mi novia me ha dejado...

¡Lo que te faltaba! ¿Qué pasa, que tienes cara de ONG?

De pronto, cuando te giras ves a un tío guapo, alto, cachas que te clava su mirada. Y te sonríe. Y le sonríes. Y te guiña un ojo. Y tu sonríes. Y viene hacía aquí.

-Perdona

-¿SÍÍÍÍ?

-¿Me presentas a tu amiga?

¡Genial! La noche va genial... Así que, como soy muy filosófica, quisiera aclararles a los hombres esa pregunta que no les deja dormir por las noches ¿Por qué las mujeres vamos juntas al baño? Pues porque como tu amiga se ha ido con el guaperas, no tienes otro remedio que ir tú sola. Y vas hacia allí, cruzando todo el bar como si fueras por la selva (porque todo el mundo sabe que los baños siempre están al fondo, a la derecha). Cuando, por fin, llegas, te encuentras una cola de unas cinco personas y comienzas a bailar de una forma un tanto extraña; primero, para no aburrirte y, segundo, para que no se te escape el pipí. Y, claro, te encuentras a la típica que tiene ganas de hablar... ¿Y a mí que me importa que Fulanito no te haga ni caso?

Cuando estás dentro, por fin, lo primero que ves es una charca de agua con un juguillo, llamémoslo así, de pisadas. Primer problema... ¿Dónde dejas el bolso? Como no ha venido nadie contigo, pues te lo cuelgas al cuello. Segundo; el abrigo. Este invierno se llevan los abrigos largos que no están pensados para las meonas nocturnas.  Bueno, como eres una mujer con recursos te lo pones de bufanda. Tercero: la puerta. Nunca tiene pestillo. Tú necesitas intimidad, así que apoyas la cabeza para que no entre nadie.

Y allí estas tú con tu abrigo, el bolso al cuello y la cabeza apoyada en la puerta. Y, claro, ¡no te sale el chorrillo con tanto trajín! Entonces piensas en el viejo truco de abrir el grifo, pero…¡El lavabo está fuera! ¡Venga, a ver si tienes narices de salir! Para colmo, llevas tanto rato metida ahí dentro que se apaga la luz, ¡que también está fuera!

Naturalmente, al final, descubres que no hay papel, así que metes la mano en el bolso como puedes para coger el kleenex. Cuando logras salir, despeinada, sudorosa y descompuesta descubres que te has mojado el abrigo, que ha acabado rozando el suelo, y te has puesto perdida!  Y eso es todo. Así que, queridos míos... ¡No se os ocurra volver a preguntar  por qué las mujeres vamos juntas al baño!