LA RENOVACIÓN DE LAS TÉCNICAS NARRATIVAS EN EL S. XX. LOS GRANDES INNOVADORES DE LA NOVELA CONTEMPORÁNEA

Es indispensable destacar a cuatro autores: Proust, Kafka, Joyce y Faulkner.

Marcel Proust (Francia. 1871-1922): su obra En busca del tiempo perdido supone una culminación y, a la vez, la superación de la novela psicológica decimonónica. Se compone de quince volúmenes en la edición original, en los que el autor reconstruye toda una vida y todo un mundo. Lo narrativo, lo lírico y lo ensayístico (reflexiones psicológicas y morales) se funden en esta obra, con la que el escritor rompe las fronteras entre los géneros.

Franz Kafka (Chequia. 1883-1924): nos presenta un mundo inhumano, regido por no se sabe quién, en el que el individuo se ve sometido y degradado. Es el precursor de la angustia existencial y de la denuncia de la deshumanización contemporánea.

James Joyce (Irlanda. 1884-1941): su obra cumbre es el Ulises (1922), que cuenta un día en la vida de Leopold Bloom en Dublín. El héroe clásico de La Odisea queda convertido en el nada heroico protagonista; la fiel Penélope será Molly, la esposa infiel; el episodio de Circe transcurre en un burdel; y así, con esta sistemática destrucción de mitos, se revela una agria concepción de la realidad. La obra está escrita en las más variadas técnicas: narración, debates dialécticos, monólogo interior,… Y presenta multitud de registros y recursos: arcaísmos, vulgarismos, cultismos, onomatopeyas, aliteraciones, juegos fonéticos intraducibles,… El Ulises constituye una absoluta ruptura con la narrativa tradicional y la revolución más profunda jamás realizada en la novela.

William Faulkner (Estados Unidos. 1897-1962): es la máxima figura de la lost generation norteamericana, marcada por los horrores de la guerra del 14, cuyos autores son hombres desengañados y en franca ruptura con los valores de su sociedad. Faulkner se caracteriza por los tonos sombríos con que pinta un mundo en descomposición, el del imaginario condado de Yoknapatawpha. Adopta un enfoque alucinante frente al realismo, con una extraordinaria capacidad de dar verdad a lo excesivo, lo anormal, lo macabro y lo grotesco. El autor nunca explica: se limita a presentar escenas de un modo inconexo, sin ponernos en antecedentes sobre los personajes, con una prosa magistral y con una carga poética subyugante.

A estos autores debemos añadir la importancia de la corriente existencialista por antonomasia: el existencialismo ateo, nacido con la Segunda Guerra Mundial. Como Nietzsche, los escritores como Sartre y Camus gritan “Dios ha muerto” y presentan al hombre como una criatura absurda y angustiada, sumida en el caos y cuya vida carece de sentido. A este sentimiento une Camus el de la rebeldía del hombre ante este mundo caótico y desajustado.

Finalmente, debe tenerse presente la renovación de la narrativa hispanoamericana con el llamado “boom” de los sesenta.


NUEVOS PROCEDIMIENTOS NARRATIVOS

1. La posición del autor:
El punto de vista puede ser único (el de un solo personaje) o múltiple (el de varios personajes).

2. Las personas de la narración:
Proliferación de la segunda persona narrativa que habla a un tercero o que se dirige a un “tú autorreflexivo”.

3. El tratamiento de la anécdota:
- Algunas novelas relegan el argumento a un plano secundario; otras, prescinden de toda acción; en algunas es el pretexto para dar soporte de tipos, ambientes, ideas o juegos del lenguaje.
- Frente al tratamiento realista, la nueva novela da entrada a lo onírico, irracional e imaginativo, con una importante carga simbólica.
- Se recuperan anécdotas propias de géneros “marginales” o viejos: la novela policiaca, la picaresca,… Transmutados con enfoques serios, irónicos o paródicos.

4. Procedimientos de estructuración:
- En lo que se refiere a la estructura externa, es frecuente la supresión del capítulo y la organización en secuencias.
- En la estructura interna se utilizan técnicas como el contrapunto (varias historias que se combinan y alternan); el desorden cronológico, que puede llegar a ser caótico; la ausencia de desenlace (novela abierta); el comienzo “in media res”;…

5. Los personajes:
- Novela colectiva
- Destrucción del personaje
- Cosificación
- Protagonista en conflicto con su entorno y consigo mismo.

6. Diálogos y monólogos: disminuye el papel del diálogo en favor del estilo indirecto libre y el monólogo interior (reproduce el “libre fluir de la conciencia” mediante asociación libre de ideas, mediante sintaxis deshilvanada, un lenguaje hecho de elipsis, juegos verbales, etc.)

7. Las descripciones: novedad de algunas de ellas que adquieren una importancia en sí mismas, un valor metafórico.

8. Elementos discursivos: frente al objetivismo, se da entrada a diálogos, monólogos y digresiones del autor.

9. Renovación estilística:
- Se borra la frontera entre la prosa y el verso.
- Importancia de la función poética.
- Se incorporan elementos de otros géneros: informes, expedientes, anuncios, textos periodísticos,…
- Artificios tipográficos como ausencia de puntuación, disposiciones especiales de párrafos o líneas, uso de distintos tipos de letra, inserción de grabados y esquemas, etc.

10. La nueva novela y el lector: la renovación del género exige un nuevo concepto de lector y nuevas formas de lectura. El lector ya no es un receptor pasivo, debe descomponer e interpretar lo que a menudo se le ofrece como un rompecabezas o una sucesión de enigmas.


BIBLIOGRAFÍA

TUSÓN, Vicente-LÁZARO, Fernando. Literatura Española. Madrid: Anaya. 1988.



ACTIVIDADES

1. Busca el argumento de  La metamorfosis y El proceso (Kafka).

2. Escribe un breve relato utilizando algunas de las técnicas explicadas.

3. Señala en los fragmentos siguientes los procedimientos narrativos novedosos. Comenta tema y contenido.


EL PROCESO, Franz Kafka

–¿Cómo te imaginas el final? –preguntó el sacerdote.

Al principio pensé que terminaría bien –dijo K–, ahora hay veces que hasta yo mismo lo dudo. No sé cómo terminará. ¿Lo sabes tú?

–No –dijo el sacerdote–, pero temo que terminará mal. Te consideran culpable. Tu proceso probablemente no pasará de un tribunal inferior. Tu culpa, al menos provisionalmente, se considera probada.

–Pero yo no soy culpable –dijo K–. Es un error. ¿Cómo puede ser un hombre culpable, así, sin más? Todos somos seres humanos, tanto el uno como el otro.

–Eso es cierto –dijo el sacerdote–, pero así suelen hablar los culpables.

–¿Tienes algún prejuicio contra mí? –preguntó K.

–No tengo ningún prejuicio contra ti –dijo el sacerdote.

–Te lo agradezco –dijo K–. Todos los demás que participan en mi proceso tienen un prejuicio contra mí. Ellos se lo inspiran también a los que no participan en él. Mi posición es cada vez más difícil.

–Interpretas mal los hechos –dijo el sacerdote–, la sentencia no se pronuncia de una vez, el procedimiento se va convirtiendo lentamente en sentencia.


LA METAMORFOSIS, Kafka

Cuando Gregor Samsa se despertó una mañana después de un sueño intranquilo, se encontró sobre su cama convertido en un monstruoso insecto. Estaba tumbado sobre su espalda dura, y en forma de caparazón y, al levantar un poco la cabeza veía un vientre abombado, parduzco, dividido por partes duras en forma de arco, sobre cuya protuberancia apenas podía mantenerse el cobertor, a punto ya de resbalar al suelo. Sus muchas patas, ridículamente pequeñas en comparación con el resto de su tamaño, le vibraban desamparadas ante los ojos.

«¿Qué me ha ocurrido?», pensó.

No era un sueño. Su habitación, una auténtica habitación humana, si bien algo pequeña, permanecía tranquila entre las cuatro paredes harto conocidas. Por encima de la mesa, sobre la que se encontraba extendido un muestrario de paños desempaquetados -Samsa era viajante de comercio-, estaba colgado aquel cuadro que hacía poco había recortado de una revista y había colocado en un bonito marco dorado. Representaba a una dama ataviada con un sombrero y una boa de piel, que estaba allí, sentada muy erguida y levantaba hacia el observador un pesado manguito de piel, en el cual había desaparecido su antebrazo.

La mirada de Gregor se dirigió después hacia la ventana, y el tiempo lluvioso se oían caer gotas de lluvia sobre la chapa del alféizar de la ventana- lo ponía muy melancólico.

«¿Qué pasaría -pensó- si durmiese un poco más y olvidase todas las chifladuras?»

Pero esto era algo absolutamente imposible, porque estaba acostumbrado a dormir del lado derecho, pero en su estado actual no podía ponerse de ese lado. Aunque se lanzase con mucha fuerza hacia el lado derecho, una y otra vez se volvía a balancear sobre la espalda. Lo intentó cien veces, cerraba los ojos para no tener que ver las patas que pataleaban, y sólo cejaba en su empeño cuando comenzaba a notar en el costado un dolor leve y sordo que antes nunca había sentido.

«¡Dios mío! -pensó-. ¡Qué profesión tan dura he elegido! Un día sí y otro también de viaje. Los esfuerzos profesionales son mucho mayores que en el mismo almacén de la ciudad, y además se me ha endosado este ajetreo de viajar, el estar al tanto de los empalmes de tren, la comida mala y a deshora, una relación humana constantemente cambiante, nunca duradera, que jamás llega a ser cordial. ¡Que se vaya todo al diablo!»

Sintió sobre el vientre un leve picor, con la espalda se deslizó lentamente más cerca de la cabecera de la cama para poder levantar mejor la cabeza; se encontró con que la parte que le picaba estaba totalmente cubierta por unos pequeños puntos blancos, que no sabía a qué se debían, y quiso palpar esa parte con una pata, pero inmediatamente la retiró, porque el roce le producía escalofríos.


ULISES, James Joyce

Mejorar todo el terreno. Plantar guisantes en ese rincón. Lechuga. Entonces siempre tendría verdura fresca. Sin embargo las huertas tienen sus inconvenientes. Esa abeja o moscarda de lunes de Pentecostés.

Siguió andando. De paso, ¿dónde está mi sombrero? Debo de haberlo vuelto a poner en la percha. O tirado por el piso. Curioso, no me acuerdo de eso. El perchero del vestíbulo demasiado lleno. Cuatro paraguas, su impermeable. Recogiendo las cartas. La campanilla del negocio de Drago sonando. Curioso lo que estaba pensando en ese momento. Castaño cabello abrillantinado sobre su cuello. Solamente una lavada y una peinada. ¿Tendré tiempo de darme un baño esta mañana? Calle Tara. El tipo en la caja de pago de allí dicen que hizo escapar a James Stephens. O'Brien.

Voz profunda tiene ese tipo Dlugacz. ¿Agenda qué es? Ahora, mi señorita. Entusiasta.

Abrió de un puntapié la puerta desvencijada. Cuidado no ensuciarme los pantalones para el entierro. Entró, inclinando la cabeza, al pasar el bajo dintel. Dejando la puerta entreabierta, entre el hedor de mohosa agua de cal y viejas telas de araña, se quitó los tiradores. Antes de sentarse espió a través de una rendija la ventana de la puerta vecina. El rey estaba en su tesoro. Nadie.

Acurrucado en el asiento desdobló su periódico dando vuelta las páginas sobre sus desnudas rodillas. Algo nuevo y fácil. No hay gran apuro. Aguanta un poco. Nuestro trozo premiado. El golpe maestro de Matcham. Escrito por el señor Philip Beaufoy, club de teatrómanos Playgoer, Londres. El autor ha recibido a razón de una guinea por columna. Tres y media. Tres libras, tres. Tres libras trece seis.

Leyó tranquilamente, reteniéndose, la primera columna y cediendo pero resistiendo, comenzó la segunda. A la mitad, cediendo su última resistencia, permitió que les intestinos descargaran calmosamente mientras leía, leyendo todavía pacientemente esa ligera constipación de ayer completamente desaparecida. Espero que no sea demasiado grueso y remueva las hemorroides de nuevo. No, sólo lo necesario. Así. ¡Ah! Estreñido una tableta de cáscara sagrada. La vida podría ser así. No lo agitó ni emocionó, sino que fue algo rápido y limpio. Imprimen cualquier cosa ahora. Tonta temporada. Siguió leyendo, sentado en calma sobre su propio olor ascendente. Macanudo. Matcham piensa con frecuencia en el golpe maestro con el que ganó la riente hechicera que ahora. Empieza y termina moralmente. La mano en la mano. Ingenioso. Repasó con la mirada lo que había leído y, mientras sentía los orines fluir calladamente, envidió al bueno del señor Beaufoy que lo había escrito y recibido el pago de tres libras trece seis.

Podría hacer un sketch. Por el señor y la señora L. M. Bloom. ¿Inventar una historia por algún proverbio que? La época en que acostumbraba tratar de apuntar en mi puño lo que ella decía mientras se vestía. Desagradable vestirse juntos. Me corté afeitándome. Mordiendo su labio inferior, abrochando el cierre de su pollera. Marcándole el tiempo. 9.15. ¿No te pagó Roberts todavía? 9.20. ¿Qué llevaba puesto Greta Conroy? 9.23. ¿En qué pensaba cuando compré ese peine? 9.24. Estoy hinchada después de ese repollo. Una motita de polvo sobre el charol de su bota.

Su modo de frotar vivamente la capellada de un zapato después de otro contra la pantorrilla de su media. La mañana después del baile del bazar donde la banda de May tocó la Danza de las horas, de Ponchielli. Explicar eso: las horas de la mañana, mediodía, luego viene la tarde, después las horas de la noche. Ella lavándose los dientes. Eso fue la primera noche. Su cabeza bailando. Las varillas de su abanico repiqueteando. ¿Es pudiente ese Boylan? Tiene dinero. ¿Por qué? Noté al bailar que tenía buen aliento. No valía la pena canturrear entonces. Aludir a ello. Extraña clase de música la de anoche. El espejo estaba en la sombra. Ella frotó su espejo de mano vivamente sobre su tricota de lana, contra su amplio seno oscilante. Atisbando en él. Arrugas en sus ojos. Imposible prever resultados.


EN BUSCA DEL TIEMPO PERDIDO, Marcel Proust

Cuando un hombre está durmiendo tiene en torno, como un aro, el hilo de las horas, el orden de los años y de los mundos. Al despertarse, los consulta instintivamente, y, en un segundo, lee el lugar de la tierra en que se halla, el tiempo que ha transcurrido hasta su despertar; pero estas ordenaciones pueden confundirse y quebrarse. Si después de un insomnio, en la madrugada, lo sorprende el sueño mientras lee en una postura distinta de la que suele tomar para dormir, le bastará con alzar el brazo para parar el Sol; para hacerlo retroceder: y en el primer momento de su despertar no sabrá qué hora es, se imaginará que acaba de acostarse. Si se adormila en una postura aún menos usual y recogida, por ejemplo, sentado en un sillón después de comer, entonces un trastorno profundo se introducirá en los mundos desorbitados, la butaca mágica le hará recorrer a toda velocidad los caminos del tiempo y del espacio, y en el momento de abrir los párpados se figurará que se echó a dormir unos meses antes y en una tierra distinta. Pero a mí, aunque me durmiera en mi cama de costumbre, me bastaba con un sueño profundo que aflojara la tensión de mi espíritu para que éste dejara escaparse el plano del lugar en donde yo me había dormido, y al despertarme a medianoche, como no sabía en dónde me encontraba, en el primer momento tampoco sabía quién era; en mí no había otra cosa que el sentimiento de la existencia en su sencillez, primitiva, tal como puede vibrar en lo hondo de un animal, y hallábame en mayor desnudez de todo que el hombre de las cavernas; pero entonces el recuerdo .y todavía no era el recuerdo del lugar en que me hallaba, sino el de otros sitios en donde yo había vivido y en donde podría estar. descendía hasta mí como un socorro llegado de lo alto para sacarme de la nada, porque yo solo nunca hubiera podido salir; en un segundo pasaba por encima de siglos de civilización, y la imagen borrosamente entrevista de las lámparas de petróleo, de las camisas con cuello vuelto, iban recomponiendo lentamente los rasgos peculiares de mi personalidad.


MIENTRAS AGONIZO, William Faulkner

Era como si mientras el engaño sucedía en silencio y monótonamente, todos nosotros hubiéramos aceptado ser engañados, favoreciéndolo con nuestra inconsciencia o puede que cobardía, pues toda la gente es cobarde y prefiere de un modo natural cometer una traición, ya que ésta tiene un aspecto cómodo.

(…)

Recordaba que mi padre solía decir que la razón para vivir era prepararse para estar muerto durante mucho tiempo. Y cuanto tenía que verlos día tras día, cada cual con sus pensamientos egoístas y secretos, cada cual con su sangre distinta a la de los demás y a la mía, y pensaba que al parecer era mi único modo de prepararme para estar muerta, odiaba a mi padre por haberme engendrado. Solía estar deseando que cometieran alguna falta, para así poder zurrarles. Cuando la vara caía, podía sentirla en mi propia carne; cuando les levantaba cardenales y verdugones, era mi sangre la que corría, y a cada golpe de vara pensaba: ¡Ahora vais a saber quién soy! Ahora soy alguien en vuestras vidas secretas y egoístas, soy quien ha marcado para siempre vuestra sangre con la mía.